Confessions sous les étoiles


Subí los escalones rápidamente, algunos de dos en dos. Podría decirse que comencé a asfixiarme por ir a esa velocidad, pero teniendo en cuenta de que venía corriendo desde la mitad del camino, perdí la capacidad de respirar bien algunos pasillos atrás.

Elegí el momento perfecto para ir hacia allí. La cena comenzó hacía tiempo y salí de la biblioteca a la hora en la que menos gente había por los pasillos para no tener que encontrarme con nadie. Descarté ir a la habitación en el primer segundo, ya que hubiera tenido que cruzar el salón común y no quería encontrarme con nadie. Y si hubiera estado alguna compañera de habitación allí en su cama… No podría haber llorado tranquila. Y necesitaba desahogarme lo antes posible.

Llevaba todo el día enfadada, sin hablar con nadie e ignorándole. En realidad, creo que él era el primero que me ignoraba, ya que cuando me lo encontraba en algún cambio de clase y quería saludarle, no despegaba la mirada de esa estúpida que llevaba en el brazo colgando.

¿Cómo podía haber sido tan tonta? ¿Cómo me había creído que lo nuestro iba a durar tanto tiempo? Sabía que ocultar nuestra relación no iba a traer nada bueno, pero que todo acabara de esta forma… Que ni siquiera me diera una explicación… Eso era lo que más me dolía. Ahora iba a tener que aguantar todo el verano viéndole en las comidas familiares y lo único que iba a querer hacer era apartarle la mirada para que no viera mis lágrimas. Dominique en el fondo tenía razón, era un cliché con patas.

No supe en que momento había comenzado a llorar, quizás a mitad del camino o quizás cuando puse un pie en el primer escalón. Pero todas las escaleras de la torre de astronomía se me hicieron infinitas, maldita la persona a la que se le ocurrió construirla de esa forma.

Nada más llegar arriba del todo, la brisa fresca de la noche me golpeó en la cara, aliviando un poco la sensación de calor que tenía en el cuerpo por subir tan rápido y, por el enfado que tenía. Tiré la mochila al suelo haciendo que sonara un gran golpe y, en tan solo dos pasos, me dejé caer en la esquina de las escaleras que había en un lado de la torre. Y sin esperar mucho más, enterré el rostro entre mis manos y comencé a llorar.

Necesitaba sacar todo lo que tenía dentro. Sabía que le quería y verle actuar desde hacía varios días así, era lo que más le dolía. Puede que nunca se lo hubiera dicho en voz alta, ni él tampoco a mí, pero creo que ambos lo sabíamos aun así.

En estos días tan solo nos habíamos visto un par de veces en nuestro sitio secreto de la biblioteca y para excusarse de que estaba muy ocupado con los trabajos de fin de curso. Yo lo entendía, porque yo también estaba hasta arriba, pero al menos intentaba despejar quince minutos en mi agenda para verle en secreto antes de irnos a cenar. Pero él tan solo aparecía los cinco minutos antes para decirme lo mucho que lo sentía y darme unos cuantos besos rápidos. Ahí no sospechaba nada aún, todo vino al día siguiente cuando salí de Defensa Contra Las Artes Oscuras para ir a Herbología. A él le tocaba entrar a esa clase a continuación y cuando me crucé por su lado sin saberlo, al ir a saludarle estaba hablando con esa chica de su curso llamada Samantha. Era de mi misma estatura, de un pelirrojo caoba, tenía los ojos verdes y un gran lunar bajo el ojo derecho. Me quedé con su cara al instante, porque en ese mismo segundo la odié.

Sabía que entre las chicas no teníamos que enfrentarnos entre nosotras, lo aprendí desde bien pequeña, pero… verla sonriéndole de esa forma, mientras él me ignoraba… No pude soportarlo. Tampoco ayudo que esa misma tarde al ir almorzar ella estuviera sentada en mi sitio al lado de Teddy en el Gran Comedor. Me quedé detrás suya esperando a que se levantara y cuando se dio cuenta y se giró, tan solo me saludó. Me dieron ganas de tirarle del pelo hacia atrás para que se apartara de mi sitio, pero en cambio, tan solo me di la vuelta y me senté en la mesa de Ravenclaw, en algún sitio sin importancia y sola. Toda mi familia estaba comiendo junta en la mesa de Gryffindor y nadie se levantó para sentarse conmigo, aunque eso tampoco me extrañó.

Pero al día siguiente volví a ver lo mismo dos veces. Me los seguía encontrando por los pasillos, ella colgando de su brazo como si fuera su perrito faldero, sin dejar de sonreír y hablando en voz muy alta o riéndose a carcajadas para que se enterara todo Hogwarts. Era ridícula. Ni yo actuaba así cuando estaba a su lado, y eso que estaba enamorada de él… Volver a recordarlo solo hacía que el pecho me doliera un poquito más fuerte. Esa noche, fui yo la que no me presenté en nuestro sitio secreto en la biblioteca. Me había quedado bastante claro todo y no quería verle.

Volví a la realidad porque escuché a alguien carraspear. Di un brinco y levanté la cara, pasándome las manos rápidamente por las mejillas para borrar las lágrimas, aunque fuera una tontería, porque estaba completamente segura de que tenía la cara roja como siempre que lloraba.

Me encontré con mi primo James frente a mí, tenía las manos en los bolsillos del pantalón y de su boca colgaba un cigarrillo encendido. Nos quedamos unos segundos mirándonos en silencio, yo como un cervatillo asustado al haberme pillado en esta situación y el con el ceño fruncido ligeramente en modo de… ¿preocupación?

—¿Estás bien? —dijo.

Me sorprendió que me lo preguntara, porque creo que era la primera vez que hablaba con un tono sincero y preocupado y sin ese tono de chulería que le acompañaba siempre.

Asentí a modo de respuesta. No me veía capaz de hablar y mirarle a la cara me daba vergüenza por la forma en la que me acababa de pillar. Así que me intenté peinar los mechones que se levantaban por el aire, colocándomelos tras las orejas. Aunque de esa forma hacía que mi cara se viera mejor, y creo que era algo no muy recomendable en esos momentos.

James suspiró y se sentó a mi lado, dio una calada al cigarro y se lo pasó a sus dedos.

—Déjame adivinar. ¿Teddy?

Le miré y, en vez de responderle, mi labio inferior se curvó de forma traicionera en un ligero puchero y noté mis ojos llenándose de nuevo de agua. Aparté la mirada hacia el lado contrario y me tapé la boca con una mano.

Mi primo era el único que sabía de nuestra relación, nos pilló hace un par de años a Teddy y a mí dándonos el lote en el trastero de los abuelos Weasley. Por suerte, fuimos capaces de que no se chivara a nadie, y así ha sido hasta ahora. Me extraña que no se haya ido de la lengua, pero es James, quién sabe si lo ha apuntado en algún lugar secreto a espera de que alguien lo descubra o lo ha dejado en su testamento por si muere demasiado joven y no ha sido capaz de comunicárselo al mundo antes; palabras textuales de él tras un año después de seguir insistiendo en que no lo dijera.

Sentí una mano en mi espalda y me quedé un poco tiesa, no sabía cuál era su propósito hasta que noté como se movía arriba y abajo en modo de consolación. Guau, eso sin duda era un gran esfuerzo por su parte.

—Lo arreglaréis, lo sé, créeme.

Volví a girarme hacia él, le sonríe como pude porque estaba volviendo a llorar y notaba mi cara entera hinchada. Me devolvió la sonrisa y se levantó sin más. Vi cómo se dirigía hacia las escaleras y antes de que bajara, le hablé.

—¿James? —Se volvió al segundo—. Eres muy joven para fumar, no vuelvas a hacerlo.

Mi primo soltó una carcajada y me guiñó el ojo antes de desaparecer por las escaleras. Expulsé el aire por la nariz y me volví hacia la columna, me apoyé de lado en ella y me cubrí el cuerpo todo lo posible con mi túnica. Suerte que no me la había dejado olvidada en algún sitio, porque me estaba comenzando a entrar algo de frío.

No sé cuánto tiempo me llevé así. Las lágrimas ya se escapaban por inercia, no tenía fuerzas para llorar como antes, pero aún había bastante dolor dentro de mí que necesitaba salir de alguna forma. Tenía sueño y hambre, estaba segura de que la hora de la cena ya había pasado hacía bastante tiempo, y no quería que nadie me viera entrar así en la habitación o en la sala común, pero dormir aquí tampoco era una opción… No sabía que hacer, ¿y si volvía lo suficientemente tarde para que no hubiera nadie en la sala común y dormir en el sofá de allí? Era viernes, no había límite para regresar a las habitaciones. Con el fin de semana de por medio y a tres semanas de acabar el curso, los alumnos se paseaban por ahí un poco de más tiempo a modo de despejarse de una semana intensa de exámenes y trabajos.

—¿Victoire?

Ahogué un grito, me levanté corriendo y le apunté con la varita. Había reconocido su voz en el instante en el que habló. Sentí como el corazón se me iba a salir del pecho por el susto dado y por haberme puesto de pie tan deprisa, aunque por eso también se sumó un ligero mareo.

No quería verle, no quería. Era la última persona que quería ver en esos momentos, estaba tan enfadada con él que tan solo quería gritarle. Y eso fue lo que hice.

—¿Victoire? ¿Qué haces aquí? ¿Estás bien?

—¡Vete! —Le apunté con la varita con más ahínco y la agité como si fuera a lanzarle algún hechizo—. ¡¿Qué haces aquí?! ¡No quiero verte! ¡Vete Edward!

Teddy alzó las manos hacia arriba como si le estuviera atracando y levantó bastante las cejas de la sorpresa.

—¿Edward? Nunca me has llamado así, ¿pero qué te pasa, Vic?

Sabía que había sonado ridícula llamándole por ese nombre. Tan solo lo hablamos una vez, hacía mucho tiempo, el origen de su nombre de verdad, y no sabía porque ahora lo había soltado de esa forma.

Teddy dio un paso hacia delante y yo bajé los escalones de un par de saltos y apunté hacia su cara.

—¡He dicho que te vayas! ¡No quiero verte! Si has venido para cortar conmigo, pues bueno, mensaje recibido, ¡pero ahora déjame en paz!

Ahí estaban de nuevo. Las noté en cuento me recorrieron las mejillas otra vez. Tenía que verme completamente estúpida de esa forma. Pero sabía para lo que había venido y no quería escucharlo en voz alta.

Teddy me miraba ahora con la boca abierta y los ojos un poco entrecerrados, como si no supiera de lo que le estaba hablando. Y al mirarle se me escapó un pequeño hipido por no poder respirar bien al aguantarme el llanto. Sentía la garganta dolorida por todas las cosas que quería decirle y no podía hacerlo en ese momento.

—Pero… pero… ¿de qué hablas? ¿A qué viene esto? ¿Cortar contigo? Yo… yo no vengo a eso. No sé de dónde te has sacado eso Vic, llevas días ignorándome y me dices eso y… no sé qué está pasando…

¿Ignorándole? ¿Yo? ¡Pero si había sido él! Observé cómo se encogió de hombros y noté su mirada confusa. Me miró de una forma que no había hecho antes y eso me dolió incluso más.

Solté una carcajada bien sonora y di un paso atrás. Terminé guardándome la varita en el bolsillo de mi túnica porque si seguía agitándola de esa manera al estar tan enfadada, iba a lanzar algún hechizo por error y, lo último que quería en ese momento, era estropearle esa cara tan bonita que tenía.

—¡Yo no te he estado ignorando! ¡Has sido tú! Llevo días esperándote en la biblioteca y siempre llegas tarde. No me has guardado estos últimos días mi sitio en el comedor. No me has mirado siquiera por los pasillos. Y todo porque ahora estás con esa compañera tuya. Si me querías dejar desde hacía tiempo, no hacía falta hacerlo así. Me hubieras dado las explicaciones necesarias y yo hasta lo podría haber entendido. ¡Pero ha sido muy feo pasearte de esa forma por todo Hogwarts con Samantha de tu brazo!

Al decir esa última frase, grité más de la cuenta. Por suerte, guardé la varita a tiempo, porque mientras le hablaba, gesticulé tanto con las manos que le podía haber sacado un ojo con ella.

Desahogarme de esa forma me había venido hasta bien, sentía un vacío en el pecho como si hubiera desinflado un globo. Acabé con los brazos en jarra, mirándole, no, desafiándole con la mirada a que respondiera. Estaba preparada para responderle tal y como se merecía a todo lo que me dijera de vuelta. Pero en cambio, lo único que hizo fue acercarse a mí dando pasitos pequeños y colocarse a muy poca distancia.

—Vic… eso… eso no es lo que ha pasado. No sé desde cuando piensas eso, pero te juro por mis padres que todo lo que acabas de decir no ha sido así.

Me sorprendí bastante cuando juró por sus padres, tan solo lo hacía en ocasiones muy especiales o… cuando era completamente cierto. Nunca los mencionaba a la ligera y menos para jurar por tonterías, lo conocía demasiado para saberlo.

—¿N-no? —Hablé en voz muy baja y mirándole desde abajo, con vergüenza ahora por todo lo que acababa de decirle. Me obligué a quedarme quieta como un palo, ordené a mis pies a que no se movieran del suelo, porque lo único que quería hacer en ese momento era echarme sobre su cuello para abrazarle y llorar con la cara escondida en su él. Tan solo quería sentir sus brazos fuertes a mí alrededor y que me prometiera al oído que todo iría bien. Pero no me moví ni un milímetro.

—¡Por las barbas de Merlín! ¡Claro que no! —Se pasó una mano por su pelo verde, desenredando esos mechones bien peinados y dejándolos al aire—. Créeme cuando te digo que he estado hasta arriba de trabajos y estudiando a última hora para los exámenes. Aunque bueno, esto no debe de extrañarte mucho… Pero el caso es, que es verdad. He tenido que entregar hasta dos trabajos por día, bastantes redacciones y bueno… suelo dejarlo todo para última hora. Ya me conoces…

Se encogió de hombros y le seguí mirando. Lo que decía tenía sentido, en ese caso era como mi primo James, aunque él había veces que no entregaba nada.

—Llegaba tarde a nuestras citas en la biblioteca porque iba con el tiempo justo y un día… me quedé dormido, sí, en la mesa de la biblioteca. Lo siento muchísimo, de veras, iba a explicártelo, pero cuando llegué ya no estabas. Entiendo que te fueras, llevaba varios días llegando tarde — ladeó la cabeza como si se diera él mismo cuenta de todo —. Pero lo que no tiene ni pies ni cabeza es lo de Samantha. ¿Cómo voy a estar con ella? Lo que ha pasado es que nos han asignado un trabajo juntos de Herbología, donde tenemos que identificar cien plantas y hacer un pequeño resumen de todas ellas. Y bueno, no es algo sencillo y dado que se acerca el día de la entrega, tengo que verla varias veces para terminar el trabajo. Entiendo que no te haga mucha gracia que esté tanto tiempo con ella, pero sabes que estoy enamorado de ti, no sé por qué has pensado eso. Aunque ahora que lo has mencionado… — apartó la mirada un momento hacia un lado— tiene sentido que lo hayas imaginado todo de esa forma. Pero Vic, te juro que no es así. No estoy con ella, lo único que estoy es estresado por entregar todo a tiempo y sacar una nota decente y no poder verte todo lo que quiero. Al menos quiero sacar que ‘supero las expectativas’ en todas las asignaturas…

Teddy resopló después de decir todo eso y me miró esperando a que le diera una respuesta. Pero me sentía tan tonta por todo lo que acababa de decir… Podría insultarme de mil maneras diferente en ese momento, puede que hasta me avergonzara un poco por cómo me puse y todo. Pero ahora mismo tan solo quería volver a escuchar una cosa.

—Repítelo —dije.

—¿Qué? ¿Todo? ¿Otra vez? —Teddy abrió muchos los ojos, alarmado por lo que acababa de decirle, pero tan solo le devolví una pequeña sonrisa a modo de respuesta.

—No, todo no. Tan solo lo de…

—¿El qué?

Me miró con el ceño fruncido y apartó la mirada un par de veces. Pero cuando su cerebro  conectó todo, me miró con una sonrisa de oreja a oreja. Dio un paso más hacia mí y me cogió de las manos, entrelazándolas con las suyas.

—Dices lo de… ¿Qué estoy enamorado de ti? ¿Quieres escuchar lo mucho que te quiero, Victoire?

Solté una pequeña risa entre los dientes y separé una de nuestras manos entrelazadas para secarme las mejillas, aún húmedas desde hacía tiempo. Asentí mientras volvía a cogerle la mano y me incliné hacia él poniéndome de puntillas, como siempre.

Teddy se acercó a mí, me rozó la mejilla con su nariz y sentí sus labios pegados a mi oído.

—Te quiero, Victoire —susurró. Y sentí que en ese mismo instante, el tiempo se paró. Quería congelar ese momento y quedarme ahí durante un buen tiempo, porque sabía que ‘para siempre’, sería imposible. Así que intenté memorizar todo lo que sentía: las sensaciones de nuestros cuerpos, los nervios que estaban floreciendo dentro de mí, la forma en la que me lo dijo, el sonido de su voz, como su aliento me hizo cosquillas en mi piel… todo, todo, para que no se me olvidara nunca.

Tenía los ojos cerrados desde el momento en el que se acercó, nerviosa por lo que pudiera hacer desde el momento en el que lo vi inclinarse sobre mí. Era la primera vez que se lo oía decir, suponía desde hacía tiempo que nuestros sentimientos habían llegado a ese nivel pero… oírselo decir fue maravilloso. Sentí que un calor se extendía por todo mi cuerpo, llenándome de una forma que nunca antes había sido así. Fue un calor muy diferente al de hacía pocos minutos, ese calor era reconfortante, pleno y me hacía sentir especial.

Abrí los ojos cuando intuí que se apartó y me encontré su nariz a tan solo un milímetro de la mía. Sentí sus dedos colocando un mechón de mi pelo tras la oreja y como luego me acariciaba la mejilla. Todo eso sin apartar las miradas el uno del otro. Volver a mirarle a los ojos me hacía sentir de nuevo en casa.

Me dejé caer lentamente hacia él hasta que le besé. Sus labios recibieron los míos como estaba acostumbrada y rodeé su cuello con mis brazos. Teddy me agarró de la cintura y me levantó en el aire, eso hizo que se me escapara una pequeña risa mientras le besaba, pero rápidamente volví a centrarme en el tema.

Tras unos minutos jugando con su lengua, me dejó en el suelo y tuve que ponerme de puntillas otra vez para intentar estar a su altura.

Ambos nos sonreíamos como los dos enamorados adolescentes que éramos. En un arrebato le abracé con toda la fuerza que pude y comencé a pedirle disculpas por cómo me había comportado antes. Realmente sentía haberle acusado de esa forma.

—Lo siento, lo siento, lo siento. En serio yo…

—Shh… No tienes que decir nada.

Cerré los ojos mientras le abrazaba, intentando quedarnos así todo el tiempo posible. Sentía sus brazos rodeando mi espalda y su cabeza apoyada en la mía, como siempre.

Me separé de él e inesperadamente, le cogí la cara con las dos manos. Intentaba mirarle a los ojos, aunque las piernas me temblara un poco, en parte porque no podía llegar a su altura y en parte porque quizás estuviera nerviosa por decirlo en voz alta.

—Oh, Teddy, te quiero tanto.

Esta vez fue él quien se lanzó a mi boca tras sonreírme. Nos besamos como si no nos hubiéramos visto durante un año, había una desesperación en nuestros labios que ambos buscábamos la boca del otro con urgencia. De vez en cuando, nos separábamos unos segundos de nada para mirarnos y sonreírnos, para luego volver a besarnos.

Nos llevamos todo lo posible besándonos bajo las estrellas. Era el mejor sitio para verlas, pero ahora eran ellas las que nos veían más a nosotros, aunque seguro que había algún fantasma también escondido por el techo y disfrutando del espectáculo.

Pero la magia se rompió por mi culpa. Mis tripas sonaron tan fuertes que Teddy se separó de mí riéndose a carcajadas. Me tapé la boca con ambas manos, ocultando mi risa y a la vez por la vergüenza del momento.

—¿No has cenado? —dijo.

Negué con la cabeza.

—Llevo aquí desde… Bueno, no sé. Salí de la biblioteca a las diez y porque la iban a cerrar ya. No pensaba pasarme por el gran comedor y… supongo que iba a aguantarme hasta mañana.

Suspiró y negó con la cabeza mientras me miraba.

—Iremos directamente a la cocina. Seguro que los elfos pueden prepararte algo rápido para cenar. Y luego… Podemos escondernos en alguna otra torre o en algún pasillo antes de irnos a dormir. Voy a recompensarte por todos estos días que no hemos podido vernos, te lo prometo.

Sonreí mientras iba hacia mi mochila para recogerla del suelo. Odiaba que tan solo pudiéramos vernos a escondidas por el miedo a mi familia. Ambos sentíamos el mismo pavor de que lo supieran y nos prohibieran estar juntos. Nos conocíamos desde pequeños, desde que nací literalmente. Teddy era como de la familia por no decir que prácticamente lo era. ¿Y si nos obligaban a separarnos después de tanto tiempo? Lo nuestro fue sin querer, un día él me besó sin yo esperármelo, y ahora… Ahora nadie podría separarnos, o al menos así lo pensaba. Por lo que hasta que decidiéramos dar un paso más allá con nuestra familia, teníamos que seguir viéndonos a escondidas.

Me colgué la mochila al hombro mientras me giraba para buscarle.

—Por cierto, ¿cómo has sabido qué estaba aquí?

—Me encontré a James por el pasillo. No me dio tiempo a preguntarle si te había visto cuando me dijo que viniera a la torre volando.

Sonreí al escucharlo. Tendría que darle luego las gracias a mi primo. Posiblemente esto fuera lo único bueno que había hecho con nosotros, porque el resto consistía en una mezcla de chantajes y amenazas.

—¡Oh! —dije cambiando de tema súbitamente—. Ya sé que quiero para cenar. Una empanada de queso, jamón y nueces —me mordí el labio y miré hacia arriba a falta de babear—. Daría lo que fuera por poder cenar eso ahora mismo.

Teddy se rio mientras me cogía de la mano e íbamos hacia las escaleras.

—Estoy segura de que pondrán hacértelo, tranquila. ¿Zumo de calabazas como siempre?
Me encogí de hombros.

—Porque no puedo pedir una cerveza de mantequilla, que remedio.

Bajamos las escaleras mientras seguíamos hablando de que pediríamos de postre para los dos. No nos importaba que nos vieran los elfos, porque a fin y al cabo, ¿quién iba a decirlo de ellos? Nadie solía ir a las cocinas a pedir la cena, siempre que habíamos aparecido por allí para que nos hicieran un favor, estaban los elfos solos. Por lo que allí no tendríamos que fingir.

Pero en cuanto saliéramos de la torre de astronomía, se acababa eso de ir cogidos de las manos. Nos daríamos un último beso antes de abrir la puerta y, una vez fuera, vuelta a la normalidad. Estábamos acostumbrados a ir por los pasillos juntos, charlando como si nada. Nadie sospechaba nunca de nosotros, al fin y al cabo, éramos amigos desde siempre. Por lo que eso siempre se hacía fácil. Pero cada vez costaba más el tener que aparentar.

Comentarios