Solo parabatais


Era toda una suerte que se hubiera quedado una tarde tranquila dentro del Instituto. Livvy, Ty y Kit habían salido a investigar algo de lo que no estaba segura, habían avisado a Julian de la misión y él les había dado permiso para que se fueran, así que sabía que no tenía que preocuparme mucho por ellos. Julian no hubiera dejado que se fueran los tres solos si realmente fuera peligroso. Habíamos dejado a Mark en el salón dibujando en el suelo junto a Tavvy, y Dru había salido de su cuarto aburrida sin saber qué hacer, por lo que Cristina se ofreció a entrenar con ella y Dru aceptó encantada. Mi amiga me hizo señas con la cabeza para que nos fuéramos tranquilos, porque no había nada de lo que preocuparse.

En realidad, había insistido yo en salir, Julian había estado toda la mañana encerrado en su ático sin parar de pintar y necesitaba que le diera luz natural. El verano era un poco aburrido para todo el mundo, y aunque en una casa con diez personas eso no ocurría casi nunca, había días de desesperación para todosY hoy, había sido uno de esos días. Ahora creo que la excusa de que Livvy, Ty y Kit salieran no tenía nada que ver con alguna misión pero, ¿a dónde íbamos a ir diez cazadores de sombras juntos sin llamar la atención?

Noté como Julian me dibujaba en el brazo una pregunta, ‘’ ¿estás aquí? ’’ Giré la cabeza para asentir sonriéndole.

—Sí, solamente estoy distraída mirando a todos lados. No sabía que sería capaz de memorizar todas las armas hay en la sala de entrenamiento y mi vista se está acostumbrando a algo distinto.

—¿De verdad lo has hecho? ¿Quieres hacer algún otro tipo de examen para que todos comprueben que eres mejor que Jace o cómo?

—¿Qué? ¡No! — le empujé suavemente con el hombro. — ¿Aún sigues con esa broma? ¿Cuántos años van a pasar hasta que dejes de repetirla?

Julian soltó una carcajada y al oírla, hubo algo dentro de mi estómago que se removió, como si se estuviera despertando. Y por ahora era mejor que esa cosa siguiera dormida.

Llegamos al borde de la playa y cruzamos la calle para ir hacia el carrito de helados, nuestra verdadera misión en este paseo.

—Un cucurucho de vainilla y caramelo y otro de… —miré a Julian aunque sabía lo que diría.

—Menta — confirmó él y el dependiente comenzó a prepararlos.

Cuando nos lo tendió al cabo de un par de minutos, saqué un billete de cinco dólares del bolsillo de mi vestido y lo dejé sobre el mostrador.

—¿Quieres ir a algún sitio en especial? —Negué la cabeza mientras masticaba los trozos de caramelo que contenía mi helado—. Perfecto, sé a dónde iremos entonces.

Miré a Julian fiándome de su palabra y él me regaló una sonrisa, parecía encantando con la idea que acababa de tener. Mi mirada se detuvo más de la cuenta en sus labios y tuve que obligarme a apartar los ojos de él para mirar hacia el mar.

Era una de las semanas más calurosas en Los Ángeles y como habíamos salido a dar un simple paseo, me permití el lujo de ponerme un vestido de flores. Era de un tono lavanda que me encantaba y varias flores blancas y negras inundaban todo este. Julian se había vestido con unos vaqueros y una camiseta gris azulada. Parecía mentira que no fuéramos con nuestros uniformes y que en las manos no lleváramos nuestras armas en vez de un par de helados.

Ahogué un grito ante la idea que acababa de tener. Julian se giró alarmado mirando alrededor antes de rodear mi mano libre con la suya.

—¿Qué pasa? — dijo alarmado.

—¡Pizzas! ¡Llevaremos pizzas para cenar! ¡Le va a encantar a todo el mundo!

Julian me soltó y se pasó una mano por la cara.

—Por Raziel Emma, casi me provocas un infarto.

Hice un aspaviento con la mano y comencé a mordisquear la galleta del cucurucho. Miré a Julian que se había quedado parado en el sitio y comencé a caminar sin saber a dónde dirigirme. Giré una esquina hacia la izquierda por llevar mis pies a algún lado y Julian volvió a cogerme de la mano, pero tirándome hacia el otro lado.

—No es por ahí. Ven. —Siguió indicándome el camino pero sin soltar mi mano esta vez. Notaba como su mano desprendía un calor que me recorría brazo arriba y podía jurar que me llenaba el cuerpo entero. Pero decidí ignorarlo, que era lo más sensato.

Siguió andando sin parar y yo seguía sus pasos en todo momento. La mayor parte del paseo la hicimos en silencio, en realidad no había mucho de qué hablar y esta paz se agradecía. Era agradable solamente pasear sin una conversación de por medio, sintiendo la brisa que chocaba en el cuerpo y me enredaba el cabello, oyendo a los pájaros por encima de nuestras cabezas, el murmullo de la gente que pasaba a nuestro alrededor, ver a algunos jóvenes hacer skate, oír el romper de las olas de fondo…

Todo eso era muy agradable, pero no podía parar de mirar de reojo nuestras manos enlazadas. Era algo normal, se sentía normal, como si no estuviéramos rompiendo ninguna regla, algo cotidiano que harían dos chicos mundanos. Pero en esta ocasión, Julian me pilló y soltó mi mano de inmediato.

—Lo siento — murmuró.

—No tienes que disculparte. Los amigos pueden ir de la mano, no es algo malo.

Hubo una pequeña pausa antes de que hablara.

—Sí, pero nosotros no somos amigos, somos parabatai.

El doble sentido de aquella palabra se me clavó de lleno en el corazón, haciéndome un daño que nunca hubiese imaginado que me haría.. Asentí sin decir nada más y seguimos caminando, pero ahora con una tensión en el aire que no había antes.

Tras lo que me parecieron quince minutos más andando, terminamos lo que era el paseo. Dejamos atrás Santa Mónica, tan atrás que la noria se veía diminuta desde dónde estábamos. Julian me señaló con la cabeza unas escaleras de maderas que bajaban a la playa y le seguí.

—Ven, por aquí, llegamos perfectos para ver la puesta de sol.

Alcé la cabeza de la arena, ya que estaba mirando mis dedos dentro de las sandalias y sacudiéndome esta de ellos. Julian se dirigía a unas montañas de arena cubiertas de hierbajos que nos llegaban a la altura de las rodillas. Había una pequeña cuesta empinada pero no era nada del otro mundo, aun así Julian me tendió la mano para subir, yo se la ignoré y cogí impulso para llegar a la parte llana, era una cazadora de sombras, una simple cuesta no era nada para mí. Pero vi como Julian apartaba la mirada de mí y me siguió al subir.

Me senté en un hueco libre entre tantos hierbajos y Julian se colocó a mi lado, su hombro rozaba ligeramente el mío si nos movíamos un poco, pero intentaba no pensar en ello.

La puesta de sol acababa de comenzar, y el cielo se inundó de unas tonalidades pasteles preciosas, un naranja amelocotonado que se mezclaba con un rosa palo para finalmente ahogarse en el cielo azul que cada vez era más apagado. Estaba segura de que Julian estaría guardándose esa imagen para dibujarla luego. Sin duda sería un cuadro precioso, podríamos colgarlo en algún lado si nos dejara, pero dudo de que abandonara el ático si llegara a hacerlo.

De repente, noté sus dedos acariciarme el hombro. Como creía, comenzó a dibujar palabras. Primero escribió sobre la piel mi nombre, pero luego su dedo hacía una serie de dibujos que no llegaba a descifrar. Estaba atenta al sol, estaban a punto de desaparecer los últimos milímetros que aún podíamos ver en la lejanía, pero a la vez mi mente intentaba descifrar aquello que Julian estaba haciendo. Finalmente, no pude más y me giré hacía él. Cuando lo hice, su cara estaba tan cerca de la mía que ante la sorpresa me aparté un poco de él, incómoda ante aquello.

—No lo entiendo, ¿qué intentas decirme?

—Nada, tan solo te acariciaba.

Tragué saliva sin saber que decir. Me quedé mirándole a los ojos, al no haber ya ninguna luz directa podía ver cómo sus ojos verdes me miraban tranquilamente, sin ninguna presión como hacía tiempo que no le veía. Me quedé embobada ante su mirada, fijándome en cada detalle de sus ojos. Sus largas pestañas me daban realmente envidia, él no necesitaba echarse ninguna máscara para resaltarlas, pero lo que más me gustaba de él eran sus ojos verdes, que tenían un tono distinto depende del momento, pero justo ahora se mezclaba con un azul que le cubría solo la mitad del ojo y parecía que tenía dos tonalidades en uno mismo.

Julian alzó las cejas, como si esperara a que le dijera algo, por lo que terminé sonriendo débilmente y apartando la mirada. ¿Me estaba sonrojando? Moví discretamente el pelo para que me tapara la cara por si acaso, no quería que me viese sonrojarme ante él. Por los ángeles, no sabía que me estaba pasando. Nunca antes me había pasado esto con Julian. Aunque mejor no pensar muchos en los ángeles ahora mismo, no vaya a ser que…

Su dedo volvió a mi hombro y rápidamente me volví de nuevo hacia él.

—Para. No puedes hacer eso. Los… parabatais no se acarician — dije con cuidado por si mi voz se rompía en algún momento.

—Sí cuando no los ve nadie.

Fruncí el ceño. No entendía lo que estaba diciendo, miré alrededor buscando a personas que pasearan pero realmente no había nadie. Y justo en ese momento me encajaron todas las piezas en la mente.
—¿Por eso me has traído a este sitio tan lejos? ¿Para qué no nos viera nadie?

Julian alzó la mano y me apartó el pelo que había dejado antes caer para pasarme ahora ese mechón por detrás de la oreja.

—Emma… Emma… — suspiró—. Llevamos mucho tiempo en el instituto, entrenando, cuidando a los demás, evitándonos a veces… Necesitaba… Estar contigo de verdad.

Un calambre me recorrió el estómago. ¿Conmigo de verdad? Entonces… todo lo que habíamos dicho hace tiempo, todas esas palabras que habían causado tanto daño… Las que nos dijimos mutuamente… ¿Él seguía sintiéndolo también? ¿No era yo sola? Una parte en mí se quedó más aliviada por no ser la única de los dos, creía que me estaba volviendo loca pensando que… le quería… Bueno, le he querido siempre, pero no de esta manera. De esta manera tan nueva, tan salvaje y desconocida en la que no podía adentrarme por las leyes.

Cerré los ojos y volví la cabeza al frente, no podía ponerme a llorar delante de él. Simplemente no podía, ¿me había traído aquí apartado del resto para poder…? ¿Para poder hacer qué exactamente?

Por mi cabeza pasaban mil y una ideas, ninguna de ellas buena, por lo que me llevé las manos a las sienes para masajeármelas. Me mordí el labio inferior en cuanto comenzó a temblar, no quería llorar, no podía llorar.

Pero mientras intentaba relajarme, me puse tensa al notar los dedos de Julian sobre mi hombro otra vez, en esta ocasión sus trazos eran claros con el mensaje. ‘’Lo siento, solo quiero que volvamos a ser tú y yo. Los Emma y Julian de siempre’’.

—Jules…—dije con la voz rota mientras me volvía—. Eso no va a pasar. No volverá nada a ser igual porque… Todo ha cambiado. Ya comenzamos algo que… será difícil apagar — al decir esto último mis ojos se fueron sin querer a sus labios. Y como si él se diera cuenta, se pasó la lengua por ellos.

—Ya te he dicho antes, que aquí no nos ve nadie. Absolutamente nadie va a saber esto — y a continuación me besó.

Me cogió la cara con ambas manos y tuve que apoyarme con un brazo en la arena para no caer hacia atrás. Se había echado sobre mí de una manera muy rápida, y su beso me transmitía exactamente eso, desesperación. Además me besaba de una manera salvaje que nunca antes había hecho.  Sus labios desprendían ansiedad y me la transmitía porque nada más tocarlo no sabía cómo había echado tanto de menos eso.

Me erguí un poco y coloqué una mano en su pecho y tras pensármelo dos segundos le agarré de la camiseta y le atraje más hacia mí. Julian se dejó caer sobre mi cuerpo y al final acabamos los dos sobre la arena, se colocó con cuidado encima de mí y mis brazos rodearon su cuello.

Ahora los besos se habían vuelto más lentos, el torbellino que antes giraba sobre nosotros se había calmado, y Julian me acariciaba los labios más suave y lentamente. Poco a poco me hice paso con mi lengua hacia su boca, notando ese sabor a menta que se había quedado adherida a ella y controlando las mariposas que querían trepar por mi estómago.

Mientras jugaba con el pelo de Julian entre mis dedos, noté como una de sus manos subía por mi pierna, haciéndome flexionar esta y sentí como la tela de mi vestido se subía más de la cuenta. A la misma vez, Julian recorrió un camino desde mi boca hacia el cuello con besos. Instintivamente mi cabeza se echó hacia atrás, dejándole paso para que prosiguiera, pero una parte de mi mente decía que tenía que parar, que esto no estaba bien.

—Jules… — susurré con la voz ronca.

Paró de inmediato al escuchar mi voz y tras unos segundos me dejó un último beso en el hueco de la garganta. Al incorporarse para mirarme me di cuenta de que tenía todo el pelo revuelto por mi culpa, y su mirada transmitía un brillo que no tenía antes.

—Lo sé… — suspiró. Se incorporó y se quedó sentado a mi lado con las piernas flexionadas, al cabo de un rato volvió a hablar. — Lo siento.

—Yo no — dije mientras me incorporaba, apoyando los codos en la arena. Cuando se giró para mirarme, sonreí de lado. — Es cierto. No lamento nada de lo que acaba de pasar y lo sabes. Solo que… cada vez que esto ocurre, se activa algo dentro de mí que necesita más y más, y creo que nunca podría parar. Me da miedo Julian, eso tengo que admitirlo, pero nunca lo lamentaré.

Cerró los ojos y pude ver cómo su cara ya no estaba tan tensa, su mandíbula se relajó y espiró lentamente el aire por la nariz. De un momento a otro volvió a tumbarse pero esta vez me buscó para acurrucarse a mí. Sonreí débilmente mientras me volvía a tumbar y rodeé su espalda con uno de mis brazos.

—Quiero ver salir a las estrellas — dijo —. Hasta que tengamos que ir a por la pizza.

Reí para mis adentros.

—Está bien, hasta que vayamos a por la pizza.

Llevé mi mano hacia su cuello desnudo, y esta vez fui yo la que comenzó a acariciarle sin mensaje alguno.

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