Deux semaines et un thé

Miro el hueco vacío que hay junto a mí, pasando la mano por las sábanas. Es mejor que me levante antes de que empiece a llorar otra vez. Que eso era lo único que hacía estos últimos días, eso y zamparme una tarta entera de chocolate que había hecho. La pobre Brigitte se quejó diciendo que solo había probado tres trozos de todo lo que había, y llevaba razón, no podía negárselo. Pero su hermano requería el resto de la tarta y yo tenía que proporcionárselo.
Me levanto de la cama y enfundo mis pies en las zapatillas grises, a juego con la fina bata que me pongo. Por las mañanas siempre hace algo de fresco y se agradece que un poco de aire entre por las ventanas.
Ya en la cocina, pongo a preparar todo lo que hace falta para hacer galletas con trocitos de chocolate. Aún es temprano y falta para que Brigitte se despierte, así que me dará tiempo y es algo en lo que podía mantenerme ocupada.
Una vez que las galletas ya están en el horno terminándose de hacer, preparo un té de hierbas. Con un movimiento de varitas hago que los platos y utensilios comiencen a fregarse solos. Me siento en una silla mientras el té se termina de hacer y estiro los pies en otra. Me había dejado agotada hacer el desayuno, pronto no podría llegar con las manos a la encimera en condiciones, porque la tripa me lo impediría.
Cuando el té está listo, añado tres cucharaditas de azúcar y voy hacía la puerta para sentarme en los escalones del porche, que daban justo a la playa. La taza humea entre mis manos y el poco viento que corre hace que algunos mechones bailen por mi cara y otros se coloquen en mi espalda.
Me encanta oír el romper de las olas, y eso era una de las cosas que más había echado de menos mientras vivía en Francia. Allí todo era ruido y muy iluminado. Cierto es, que me encanta también París, pero no hay nada como estar en casa.
Doy un pequeño sorbo al té y sonrío con los labios pegados a la taza, adoro el té tan dulce, y tiene la temperatura perfecta. Con un suspiro, lo aparto de mi boca y ladeo la cabeza mirando al agua. Lo echo de menos, lo echo tanto de menos… Y lo más preocupante es que no había recibido ninguna lechuza. Cada semana me escribía, pero ya habían pasado dos… y nada. Tampoco quiero alarmarme, pero… ¿Y si le había pasado algo?
Una lágrima cae por mi mejilla y cierro los ojos con la intención de llorar un poco más, hasta que una voz me interrumpe.
−¿Mami?
Me limpio corriendo con el puño de la bata y me giro sonriendo para ver a mi pequeña.
−Hola preciosa… Buenos días, ¿has dormido bien?
Brigitte se acerca de puntillas y le miro los pies descalzos, entrecierro los ojos un segundo mirándola y se ríe al saber que la he pillado. Asiente a mi pregunta y rodeo su cuerpecito con mi brazo.
−¿Quieres desayunar?−Me inclino sobre ella para susurrarle, mientras le doy con mi nariz en la suya, que la tiene llena de pecas como yo, a ninguna de las dos se nos marca tanto como a Dominique.− Hay galletas calentitas dentro del horno.
Se lleva una mano a la boca para tapársela mientras se ríe y me levanto con un poco de esfuerzo cogiéndole de la mano. Doy antes otro trago al té mientras tiro de ella.
−Vamos cariño. Antes de que cojas frío.
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